Antiguamente, y tal vez aún hoy, se tenía la creencia de que los
espíritus habitaban un mundo inmaterial entrecruzado con el visible, lo que
permitía a las almas y seres sobrenaturales interactuar en ambos mundos. En la
Edad Media y la Contemporánea los “espíritus” eran vistos por cualquier tipo de
persona sin importar su condición social ni edad. “Las apariciones podían ser
conjuradas o espontaneas, fugases o prolongadas, casos singulares o reiterados,
fenómenos triviales o espectaculares, portentosos y enigmáticos”[1].
Las formas de las apariciones podían variar entre figuras humanas o animales, o
también formas de bolas de fuego, luces, brumas o nubes.
La tradición de la representación visual de los seres del más allá,
varía según la cultura en la que esté expuesta y pueden ser maneras para
manifestar necesidades humanas, miedo, aversión, fetichismo, neurosis,
crueldad, prejuicios, idealismos. Convirtiéndose también en imaginarios que
reflejan sistemas de creencias, cosmogonías y visiones del mundo. Antes de la
invención de la fotografía la representación de los espíritus se contemplaba en
tres etapas que se abarcaban de manera separada: la visión del espíritu,
después su representación y por último la contemplación de dicha
representación. Una parte fundamental a la hora de representar espíritus era la
memoria visual del testigo como indicador para mostrar objetivamente el
fenómeno en forma oral o escrita y en muchos casos pictórica. Las historias de
espíritus fueron en los siglos XVII y XVIII el principal motivo para publicar
ilustraciones gráficas.
Este tipo de representaciones eran compiladas por miembros de la
iglesia que pretendían preparar a la gente para que supieran qué se iban a
encontrar al pasar a mejor vida. “Las historias de espíritus fueron también
relatos de intención moralizante” en las que “un ser espiritual se encontraba
con un testigo para dirigir algún reproche saludable, amonestarlo o darle
ánimo”[2]
Sin embargo este tipo de representaciones tenían un significativo
grado de dificultad ya que las versiones de los relatos resultaban a veces
complicadas, llenas de detalles que imposibilitaban mostrar el relato en una
sola imagen. Los grabados podían ser obras ejecutadas ingenuamente que en
ocasiones le daba aire de teatralidad cómica y los desposeía de esa aura
sobrenatural que más tarde se conseguiría con la fotografía. En ningún caso
estos grabados de historias sobrenaturales, podían servir como prueba en algún
juicio, sino que servían para ilustrar el relato del testigo que debía ser una
persona honrada y confiable.
En los grabados, la aparición se muestra al lado de la persona que la
contempla, quien reacciona alarmado. Los acompañantes de la persona, que no ven
al espectro solamente se percatan de la consternación del testigo. En cuanto al
escenario de los hechos que aparece de fondo, puede ser un paisaje pintoresco
con cielos tenebrosos o un interior sombrío que evoca temor. También existen
otro tipo de grabados menos atemorizantes que sitúan al espíritu en entornos
placenteros.
Los espectros que se representaban de cuerpo entero, solían aparecer
con trajes de la época portando objetos como bastones, espadas o pañuelos. Para
diferenciar al testigo de la aparición que contempla, a esta última se le
dotaba de una luminosidad que le daba aspecto de palidez mortal. A esto también
contribuía el paisaje nocturno o el interior melancólico de los grabados.
Se utilizaron a su vez códigos iconográficos representativos del arte
cristiano para identificar seres o apariciones sobrenaturales. Las principales
iconografías usadas consistían en mostrar a la aparición envuelta en un
resplandor luminoso, o rodeada por nubes en forma de cúmulo (que indicaba su
origen celestial), o rodeada de un humo denso (lo que hacía suponer que el ente
procedía del averno).
En el siglo XVII, se realizaban esquemas de espíritus en tallados de
madera o en xilografías, en pliegos de cordel, folletos y hojas volantes. Sin
embargo “su dibujo de trazos cortos y escuetos impedían diferenciar detalles
importantes y no permitían reflejar la inmaterialidad del espectro”[3].
Al introducirse en la década de 1820 el estampado de línea fina con placas
metálicas y formatos más grandes, las nubes y el humo dejaron de parecer
fragmentos emborronados para sugerir ingravidez e inmaterialidad.
Otra forma de representar seres de otro mundo era la llamada linterna
mágica que surgió a principios del siglo XVII. Siendo antecedente de la cámara
fotográfica en cuanto al uso de las lentes pero contrarias entre sí en cuanto a
la utilidad que se le daba al uso de la luz, pues mientras que la cámara
absorbe la luz para producir una imagen, la linterna la proyecta. Estas
proyecciones de imágenes pintadas en un cristal, se reflejaban en lienzos o
telas mojadas. Las imágenes cumplían la función de “conmover, serenar o animar
a los espectadores a prepararse para la muerte, huir del pecado y temer al
juicio divino”[4].
Finalizando el siglo XVIII esta técnica se utilizó más como entretenimiento que
como medio de exhortación espiritual.
Al paso del tiempo la iconografía de seres sobrenaturales se convirtió
en un estereotipo en el que los seres malignos se representaban con cuernos y
pesuñas, los ángeles vestidos con túnicas blancas, con alas y aureola, y los
fantasmas envueltos en sábanas.
El fotógrafo John Werge comentó en 1890 que la primera fotografía que
observó le pareció algo fantasmagórico. La relación de la cámara con el
espíritu condujo a la paradoja de la fotografía que por un lado contribuía a la
investigación científica y al arte y por el otro “un proceso misterioso casi
mágico, capaz de conjurar la aparición de las sombras y asociaciones de
carácter sobrenatural”[5]
La primera fotografía del supuesto espíritu de una persona fue tomada
en 1860 por W. Campbell, fotógrafo residente en Nueva Jersey. Campbell se
encontraba realizando una prueba tomándole una foto a una silla vacía, al
revelar la placa apareció en ella la imagen de un niño. Debido a que nunca más
pudo volver a reproducir este tipo de imágenes, Campbell, quedó en el olvido, y
fue a otro fotógrafo al que se le adjudico ser pionero en lo que se ha dado a
llamar la “fotografía paranormal”.
En 1861, un año después de la “casualidad” de Campbell, El grabador de
Boston, William Mumler, se realizó un autorretrato fotográfico en el que la
imagen de un primo muerto aparecía junto a él. Uno de los principales
fotógrafos de la época, William Black, investigó las fotografías y las declaró
auténticas. Mumler fue capaz de producir varias fotografías más con imágenes
fantasmales, algunas de las personas que aparecían en las fotos eran
reconocidas como familiares muertos y otras como personas desconocidas. Una de
las fotografías más famosas de Mumler es la de Mary Todd Lincoln con lo que
aparentemente es el fantasma de su esposo Abraham Lincoln. Aunque en el momento
las fotos de Mumler gozaron de alta popularidad, ahora son consideradas
generalmente como falsificaciones.
Gracias a Mumler la popularidad de la fotografías de espíritus
aumento. Durante las siguientes décadas, muchas personas optaron por tomarse
fotos con la esperanza de ver algún pariente desaparecido hace mucho tiempo.
Ahora, es pertinente aclarar lo siguiente acerca de este tipo de fotografías:
Las primeras cámaras tenían un tiempo de exposición hasta de un minuto, durante
el cual, quien tomaba la foto debía permanecer inmóvil, por lo que era muy
común que el supuesto fantasma fuese una persona que entro en el marco de la
imagen antes de que la exposición se completara. Algunas fotografías
estereoscópicas de “espíritus” se vendían como novedades de entretenimiento en
los Estados Unidos a finales del siglo XIX. Estas eran básicamente
indistinguibles de una foto “autentica” de fantasmas, pero no se tenía la
intención de considerarlas como una prueba real de la imagen de un difunto.
Un buen número de fotógrafos entre los que se encontraban el inglés
Frederick Hudson y el francés Buguet trataron de sacar provecho de este
fenómeno al ver los resultados conseguidos por William Mumler. En 1891, el naturalista
británico Alfred Russell Wallace quien trabajo en la teoría de la evolución,
expresó su opinión de que la fotografía de espíritus debería ser tomada en
serio.
Ese mismo año, fue tomada una de las fotografías de espíritus más
conocida de todos los tiempos. Fue tomada por Skybell Corbett en la Abadía de
Combermere, en Cheshire, Inglaterra. Skybell fotografió la biblioteca de la
Abadía que supuestamente se encontraba sola, pero al observar el resultado
final de la imagen, cuya exposición fue de una hora, pudo apreciar a un hombre
sentado en una silla. La persona (o el espectro) fue identificada por un
familiar, como Lord Combermere, que había muerto en un accidente cinco días
antes. Las investigaciones acerca de la fotografía paranormal aumentaron
gradualmente, sin embargo a su vez aumentaban los fraudes a partir de sencillos
trucos fotográficos como la doble exposición o el intercambio de placa. No deja
de sorprender la atracción que sienten las personas por comunicarse con el más
allá y el arte ha sido tal vez la herramienta más eficaz para acercar a los
espíritus a la realidad, en literatura tenemos un ejemplo en el Cuento de
Navidad de Charles Dickens; en el cine es numeroso el tipo de representaciones fantasmales
entre los que pueden destacarse las películas de casas encantadas como “The
Haunting” (1963) y “Poltergeist” (1982).
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