martes, 26 de febrero de 2013

REPRESENTACIÓN GRÁFICA DE LOS ESPÍRITUS: LA IMAGEN DE LO INVSIBLE


 Antiguamente, y tal vez aún hoy, se tenía la creencia de que los espíritus habitaban un mundo inmaterial entrecruzado con el visible, lo que permitía a las almas y seres sobrenaturales interactuar en ambos mundos. En la Edad Media y la Contemporánea los “espíritus” eran vistos por cualquier tipo de persona sin importar su condición social ni edad. “Las apariciones podían ser conjuradas o espontaneas, fugases o prolongadas, casos singulares o reiterados, fenómenos triviales o espectaculares, portentosos y enigmáticos”[1]. Las formas de las apariciones podían variar entre figuras humanas o animales, o también formas de bolas de fuego, luces, brumas o nubes.

La tradición de la representación visual de los seres del más allá, varía según la cultura en la que esté expuesta y pueden ser maneras para manifestar necesidades humanas, miedo, aversión, fetichismo, neurosis, crueldad, prejuicios, idealismos. Convirtiéndose también en imaginarios que reflejan sistemas de creencias, cosmogonías y visiones del mundo. Antes de la invención de la fotografía la representación de los espíritus se contemplaba en tres etapas que se abarcaban de manera separada: la visión del espíritu, después su representación y por último la contemplación de dicha representación. Una parte fundamental a la hora de representar espíritus era la memoria visual del testigo como indicador para mostrar objetivamente el fenómeno en forma oral o escrita y en muchos casos pictórica. Las historias de espíritus fueron en los siglos XVII y XVIII el principal motivo para publicar ilustraciones gráficas.

Este tipo de representaciones eran compiladas por miembros de la iglesia que pretendían preparar a la gente para que supieran qué se iban a encontrar al pasar a mejor vida. “Las historias de espíritus fueron también relatos de intención moralizante” en las que “un ser espiritual se encontraba con un testigo para dirigir algún reproche saludable, amonestarlo o darle ánimo”[2]

Sin embargo este tipo de representaciones tenían un significativo grado de dificultad ya que las versiones de los relatos resultaban a veces complicadas, llenas de detalles que imposibilitaban mostrar el relato en una sola imagen. Los grabados podían ser obras ejecutadas ingenuamente que en ocasiones le daba aire de teatralidad cómica y los desposeía de esa aura sobrenatural que más tarde se conseguiría con la fotografía. En ningún caso estos grabados de historias sobrenaturales, podían servir como prueba en algún juicio, sino que servían para ilustrar el relato del testigo que debía ser una persona honrada y confiable.

En los grabados, la aparición se muestra al lado de la persona que la contempla, quien reacciona alarmado. Los acompañantes de la persona, que no ven al espectro solamente se percatan de la consternación del testigo. En cuanto al escenario de los hechos que aparece de fondo, puede ser un paisaje pintoresco con cielos tenebrosos o un interior sombrío que evoca temor. También existen otro tipo de grabados menos atemorizantes que sitúan al espíritu en entornos placenteros.

Los espectros que se representaban de cuerpo entero, solían aparecer con trajes de la época portando objetos como bastones, espadas o pañuelos. Para diferenciar al testigo de la aparición que contempla, a esta última se le dotaba de una luminosidad que le daba aspecto de palidez mortal. A esto también contribuía el paisaje nocturno o el interior melancólico de los grabados.

Se utilizaron a su vez códigos iconográficos representativos del arte cristiano para identificar seres o apariciones sobrenaturales. Las principales iconografías usadas consistían en mostrar a la aparición envuelta en un resplandor luminoso, o rodeada por nubes en forma de cúmulo (que indicaba su origen celestial), o rodeada de un humo denso (lo que hacía suponer que el ente procedía del averno).

En el siglo XVII, se realizaban esquemas de espíritus en tallados de madera o en xilografías, en pliegos de cordel, folletos y hojas volantes. Sin embargo “su dibujo de trazos cortos y escuetos impedían diferenciar detalles importantes y no permitían reflejar la inmaterialidad del espectro”[3]. Al introducirse en la década de 1820 el estampado de línea fina con placas metálicas y formatos más grandes, las nubes y el humo dejaron de parecer fragmentos emborronados para sugerir ingravidez e inmaterialidad.

Otra forma de representar seres de otro mundo era la llamada linterna mágica que surgió a principios del siglo XVII. Siendo antecedente de la cámara fotográfica en cuanto al uso de las lentes pero contrarias entre sí en cuanto a la utilidad que se le daba al uso de la luz, pues mientras que la cámara absorbe la luz para producir una imagen, la linterna la proyecta. Estas proyecciones de imágenes pintadas en un cristal, se reflejaban en lienzos o telas mojadas. Las imágenes cumplían la función de “conmover, serenar o animar a los espectadores a prepararse para la muerte, huir del pecado y temer al juicio divino”[4]. Finalizando el siglo XVIII esta técnica se utilizó más como entretenimiento que como medio de exhortación espiritual.

Al paso del tiempo la iconografía de seres sobrenaturales se convirtió en un estereotipo en el que los seres malignos se representaban con cuernos y pesuñas, los ángeles vestidos con túnicas blancas, con alas y aureola, y los fantasmas envueltos en sábanas.

El fotógrafo John Werge comentó en 1890 que la primera fotografía que observó le pareció algo fantasmagórico. La relación de la cámara con el espíritu condujo a la paradoja de la fotografía que por un lado contribuía a la investigación científica y al arte y por el otro “un proceso misterioso casi mágico, capaz de conjurar la aparición de las sombras y asociaciones de carácter sobrenatural”[5]

La primera fotografía del supuesto espíritu de una persona fue tomada en 1860 por W. Campbell, fotógrafo residente en Nueva Jersey. Campbell se encontraba realizando una prueba tomándole una foto a una silla vacía, al revelar la placa apareció en ella la imagen de un niño. Debido a que nunca más pudo volver a reproducir este tipo de imágenes, Campbell, quedó en el olvido, y fue a otro fotógrafo al que se le adjudico ser pionero en lo que se ha dado a llamar la “fotografía paranormal”.

En 1861, un año después de la “casualidad” de Campbell, El grabador de Boston, William Mumler, se realizó un autorretrato fotográfico en el que la imagen de un primo muerto aparecía junto a él. Uno de los principales fotógrafos de la época, William Black, investigó las fotografías y las declaró auténticas. Mumler fue capaz de producir varias fotografías más con imágenes fantasmales, algunas de las personas que aparecían en las fotos eran reconocidas como familiares muertos y otras como personas desconocidas. Una de las fotografías más famosas de Mumler es la de Mary Todd Lincoln con lo que aparentemente es el fantasma de su esposo Abraham Lincoln. Aunque en el momento las fotos de Mumler gozaron de alta popularidad, ahora son consideradas generalmente como falsificaciones.

Gracias a Mumler la popularidad de la fotografías de espíritus aumento. Durante las siguientes décadas, muchas personas optaron por tomarse fotos con la esperanza de ver algún pariente desaparecido hace mucho tiempo. Ahora, es pertinente aclarar lo siguiente acerca de este tipo de fotografías: Las primeras cámaras tenían un tiempo de exposición hasta de un minuto, durante el cual, quien tomaba la foto debía permanecer inmóvil, por lo que era muy común que el supuesto fantasma fuese una persona que entro en el marco de la imagen antes de que la exposición se completara. Algunas fotografías estereoscópicas de “espíritus” se vendían como novedades de entretenimiento en los Estados Unidos a finales del siglo XIX. Estas eran básicamente indistinguibles de una foto “autentica” de fantasmas, pero no se tenía la intención de considerarlas como una prueba real de la imagen de un difunto.

Un buen número de fotógrafos entre los que se encontraban el inglés Frederick Hudson y el francés Buguet trataron de sacar provecho de este fenómeno al ver los resultados conseguidos por William Mumler. En 1891, el naturalista británico Alfred Russell Wallace quien trabajo en la teoría de la evolución, expresó su opinión de que la fotografía de espíritus debería ser tomada en serio.

Ese mismo año, fue tomada una de las fotografías de espíritus más conocida de todos los tiempos. Fue tomada por Skybell Corbett en la Abadía de Combermere, en Cheshire, Inglaterra. Skybell fotografió la biblioteca de la Abadía que supuestamente se encontraba sola, pero al observar el resultado final de la imagen, cuya exposición fue de una hora, pudo apreciar a un hombre sentado en una silla. La persona (o el espectro) fue identificada por un familiar, como Lord Combermere, que había muerto en un accidente cinco días antes. Las investigaciones acerca de la fotografía paranormal aumentaron gradualmente, sin embargo a su vez aumentaban los fraudes a partir de sencillos trucos fotográficos como la doble exposición o el intercambio de placa. No deja de sorprender la atracción que sienten las personas por comunicarse con el más allá y el arte ha sido tal vez la herramienta más eficaz para acercar a los espíritus a la realidad, en literatura tenemos un ejemplo en el Cuento de Navidad de Charles Dickens; en el cine es numeroso el tipo de representaciones fantasmales entre los que pueden destacarse las películas de casas encantadas como “The Haunting” (1963) y “Poltergeist” (1982).



[1] Harvey, John. Fotografía y espíritu. Alianza Editorial. Madrid. 2007. p.21
[2] Ibíd. p.24
[3] Ibíd. p.29
[4] Ibíd. p.33
[5] Harvey, John. Fotografía y espíritu. Alianza Editorial. Madrid. 2007. p.19

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